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El accidente de Chernóbil es todavía una amenaza para toda Europa

  • La invasión del área de Chernóbil al comienzo de la guerra de Putin revivió el riesgo de dispersión de radiactividad a todo el continente. El motivo fue la irresponsable e incompetente actuación en unas instalaciones que almacenan residuos radiactivos de muy alta radiactividad.
  • El Movimiento Ibérico Antinuclear (MIA) declara su apoyo al pueblo ucraniano y a la población rusa que rechaza esta guerra.
  • El MIA exige la desnuclearización civil y militar, y que no haya más daños en una región que ha sufrido el peor accidente nuclear civil de la historia.

Un accidente nuclear ocurrido hace 37 años todavía es un grave peligro para la población circundante y una amenaza para toda Europa. El de Chernóbil no es un caso excepcional: la central de Zaporiya tiene 106 reactores nucleares operativos en la Unión Europea. Es una clara muestra de la vulnerabilidad que implica la energía nuclear, y no solo para el Estado que la alberga.

Hace un año parecía que la situación de Chernobil volvía a estar bajo control. Las tropas rusas habían abandonado las instalaciones el 31 de marzo, tras ocuparlas durante cinco larguísimas semanas. Las tropas rusas demostraron no ser conscientes de los riesgos que estaban corriendo: cavaron trincheras en suelos radiactivamente contaminados, destruyeron sensores de control de radiaciones en la zona, quemaron vegetación del “bosque rojo”, sobre el que cayó material del núcleo del reactor en 1986, e incluso se llevaron objetos activados radiactivamente como recuerdo.

Probablemente la situación más grave que provocó la guerra fue la pérdida de suministro eléctrico para la refrigeración de las piscinas donde se almacena el combustible nuclear retirado de los reactores (unos 20.000 elementos). Sin refrigeración en las piscinas puede acumularse hidrógeno y causar una explosión que disemine, de nuevo, material muy radiactivo. Los cortes de las líneas eléctricas a Chernóbil fueron múltiples, pero hubo días de muy alta tensión a principios de marzo, cuando el complejo nuclear dependía exclusivamente de los generadores diésel de emergencia con reserva de gasoil solo para 48 horas.

Los operarios a cargo de los sistemas tuvieron que hacer lo posible por seguir con su trabajo y evitar el desastre, bajo el acoso de las tropas rusas, que no parecían tener instrucciones ni formación sobre la importancia de sus tareas. Además no permitieron el relevo de plantilla, el turno laboral del 25 de febrero de 2022 se alargó en 24 días más, sin apoyo exterior ni contacto con sus familias.

La ocupación del ejército ruso destruyó buena parte del sistema de monitorización de radiación, con el saqueo de los servidores que gestionaban las 39 balizas de control de radiactividad, lo que no solo impedía acceder a los datos, si no que provocó la pérdida de sus archivos.

En cuanto comenzó la invasión se detectó un incremento de radiación en el aire, que fue atribuido al movimiento del suelo contaminado por los transportes pesados del ejército. Cuesta creer que la situación no empeorara durante la ocupación. Sin embargo, tras la retirada rusa, cuando en abril de 2022 la Organización Internacional de Energía Atómica (OIEA) acudió a la zona, declaró que los niveles de radiación eran «normales» y no constituían un problema importante para el medio ambiente o la seguridad pública. Otras mediciones no concuerdan con eso. Por ejemplo, en julio Greenpeace fue invitada por las autoridades ucranianas a visitar la zona, y sus mediciones dieron valores de radiación hasta tres veces superiores a los del OIEA.

En plena guerra es muy difícil llevar a cabo un buen examen del área de exclusión de Chernóbil, para empezar porque la mayor parte de los 2.600 km² de la zona no fue revisada ni limpiada de minas. Ahora son una amenaza para los científicos y los trabajadores que llevan a cabo los control de la radiación.

Tal vez no haya otra invasión de Chernóbil, pero el riesgo de la energía nuclear en guerra sigue vigente para los 15 reactores ucranianos. Ya se ha comprobado con los ataques a Zaporiya que las centrales nucleares no pueden protegerse y que no pueden lograrse acuerdos para mantenerlas al margen de las batallas. Incluso en parada, tanto las centrales como los almacenes de residuos pueden ser armas contra el territorio que las alberga.

El Movimiento Ibérico Antinuclear (MIA) declara su apoyo al pueblo ucraniano y a la población rusa que rechaza esta guerra. Solo cabe decir, otra vez, no a la guerra. En palabras del MIA: “Ni Putin, ni OTAN: exigimos la desnuclearización civil y militar, para la creciente escalada de belicismo y que no haya más daños en una región que ha sufrido el peor accidente nuclear civil de la historia”.