Artículo de Cristina Rois publicado en el debate en torno a la transición ecológica de la Fundación Espacio Público
El conocimiento acumulado en las últimas décadas sobre los impactos de las actividades humanas en el medioambiente, y la experiencia de daños y desastres ambientales que confirman las previsiones de la ciencia, han venido calando lentamente en las sociedades humanas avanzadas o enriquecidas. Se añade a todo ello el efecto de las crisis económicas del siglo, y lleva a mirar el futuro con incertidumbre e inquietud, incluso con desesperanza. Ya no basta con “arreglar la economía”, también se están acabando los recursos, el entorno natural se hace más hostil y no se ve claro como será el día de mañana… No dejan de aparecer problemas que se creían superados: más pobreza, más enfermedad, más gente necesitada y más abandono. La “máquina del desarrollo” ya no funciona. ¿Será posible hacer algo distinto? ¿Quién ofrece alguna solución?
Cuando no se ve un camino de salida, una reacción probable de buena parte de una sociedad “desarrollada” es negarse a reconocer la gravedad de los problemas. Volver la cabeza y continuar como siempre por…desconfianza del cambio y ansiedad ante la perspectiva anunciada. Se hace necesario explicar mucho sobre las diferentes causas de esta situación: sobre-explotación de recursos (en especial agua y tierra fértil), pérdida de biodiversidad, contaminación y desechos a espuertas, modificación del clima, etc, etc. También hay que hablar de la interrelación de todos los problemas, pero es esencial llegar a establecer prioridades. En definitiva, hay que ofrecer un plan de salida, eso es lo que entiendo por Transición Ecológica. No solo reflexiones sobre una lista de problemas que, naturalmente, se interrelacionan y potencian entre si, sino un análisis y separación, en lo posible, que nos permitan poder actuar sobre ellos.
En cuestión de prioridades, destaca el cambio climático. Porque sabemos que acelera el empeoramiento de problemas medioambientales (degradación del medio natural, disponibilidad de agua, contaminación de todos los tipos, desastres meteorológicos, desplazamiento de especies…); sociales (salud empeorada por olas de calor y diseminación de nuevas enfermedades, mayor desigualdad según ingresos y edad,…); y económicos (rendimiento de cultivos, declive del turismo, consumo y producción de energía,…). Hay un plazo para frenar la alteración del clima, pues la acumulación de gases de efecto invernadero no solo tiene efectos de gravedad progresiva. También se producirán cambios súbitos y a gran escala cuya probabilidad se relaciona con cierto umbral de concentración en la atmósfera de gases de efecto invernadero. Evitar los peores escenarios implica reducir fuertemente emisiones en las próximas tres décadas, y si no logramos «frenar y doblar la curva» de esas emisiones para 2030, el nivel de esfuerzo socioeconómico que implicará conseguirlo después hará casi imposible evitar impactos muy graves.
Pues bien, el cambio climático va de la mano del uso de combustibles fósiles y el mundo depende abrumadoramente de ellos. Hasta un 80% de la energía que usamos se obtiene con petróleo, carbón y gas. La Transición Ecológica implica necesariamente y con urgencia una Transición Energética. Hay que librarse de las emisiones de CO2 y otros GEI cambiando las fuentes de energía. Este es un elemento principal del plan de salida. A estas alturas del siglo se dispone de soluciones tecnológicas para conseguir electricidad con muy bajas emisiones a igual o mejor precio que las fósiles y la nuclear. La cuestión del precio es importante, porque ha de cambiarse el rumbo desde las reglas que tenemos ahora, no se puede esperar a profundas transformaciones socioeconómicas. Se han perdido varias décadas y se tiene que actuar con los medios disponibles.
La cuestión de no aceptar nuclear como parte de la solución también es importante, pues supondría comprometer una enorme cantidad de recursos financieros tanto para la construcción de nuevas centrales como para el mantenimiento y vigilancia de las que prolonguen su vida, y luego para la gestión de residuos radiactivos (más de 16.000 millones € en España). Además en su operación emiten mucho más CO2 que las renovables, ya que funcionan con periódicas recargas de uranio, con la consiguiente minería y proceso de enriquecimiento; y no son complemento de las renovables porque no tienen la flexibilidad de cambio de potencia necesaria para adaptarse a las variaciones del viento o el sol. También suponen comprometer a las generaciones por venir en el mantenimiento de la seguridad de sus desechos radiactivos.
En España durante 2021 se generó un 22% de electricidad de origen nuclear y 24% eólica, pero todavía hay que sustituir un 26% generada con gas natural. Esto significa que se necesitan más instalaciones de renovables capaces de desplazar a las fuentes sucias, sin implicar un crecimiento del consumo general de energía, sólo de la producción de electricidad. Porque es el tipo de energía que, en la capacidad tecnológica actual, produce menos emisiones, y en consecuencia habrá que “electrificar” actividades que hoy utilizan combustibles fósiles. Aunque no todas, algunas deberán reducirse o desaparecer. No puede pretenderse por ejemplo, que sea sostenible todo el parque móvil de uso privado, ni tampoco todo el de mercancías. Hace ya tiempo que se reclama la necesidad de un cambio de la carretera al tren (electrificado), y de una reducción del volumen de transporte.
La conciencia social sobre los problemas de la obtención y uso de la energía, también la renovada evidencia de la dificultad de conseguirla y la peligrosa desestabilización política que conlleva, deben llevar a una mejora rápida y general de la eficiencia y la austeridad o ahorro en el uso de la energía. Se ha señalado muchas veces como un verdadero yacimiento energético y la forma más rentable de satisfacer las modernas necesidades de los servicios que requieren un consumo energético. Su despegue necesita una decidida intervención de financiación estatal, algo que no está ocurriendo, puesto que no permite los rápidos beneficios que interesan a los mercados.
En resumen, no puede haber Transición Ecológica sin Transición Energética, y la base de este cambio es “Ahorro, Eficiencia y Renovables”.